Todos sabíamos que llegaría, y pronto. Durante los últimos años hemos expropiado los terrenos, instalado las vías, construido las estaciones: ¡una excelente y rica oferta de trenes! Algunos hasta han realizado ya test de usuario a diversas escalas. Hemos conseguido hacer soñar a todos con un futuro maravilloso en el que cualquiera podría ir a donde quisiera, como quisiera y cuando quisiera. Y siempre con quien quisiera. Sin preocupaciones… Rápido, fácil, barato y divertido, ¡todo con un click!
Pero dejamos para más tarde comprender en profundidad a qué aspiraba realmente el pasajero y qué deberíamos hacer para que, encantado de subirse al tren, llegara tan lejos como quisiera, viviendo en el trayecto una experiencia personalizada y única. Una experiencia que le ahorrara tiempo y preocupaciones, le permitiera aprender cosas nuevas y, sobre todo, le facilitara viajar a otros destinos siempre que quisiera.
Dejamos para más tarde acordar muchas de las reglas del juego que aseguran que los cruces, los ritmos, los flujos, funcionen bien; que los problemas de ajuste se reparen eficazmente sin perturbar la marcha, requerir muchos recursos, o perturbar la experiencia del pasajero… En fin, para que la transición se hiciera en armonía y todos ganaran jugando.
Valores muy nobles subyacían…
Creímos que tendríamos tiempo suficiente para ocuparnos de todo eso, pero cuando menos lo esperábamos, llego la COVID-19 y nos obligó a montar en el tren todos al mismo tiempo, a toda prisa, sin comprender muy bien el porqué, sin despedirnos de los nuestros, sin poder elegir asiento, algunos sin maleta… Y muchos sin conocer el destino.
Se nos escaparon muchas cosas. La información que daban por megafonía era confusa y contradictoria. Sí comprendimos rápidamente, en cambio, que no había billete de vuelta y que los que iban a disfrutar del viaje serían los que conocen y comparten propósito, destino y wagon con sus amigos.
Y aquí seguimos. Con alguna lección aprendida y con la obligación de convertir este viaje complejo e incierto en el tablero de un juego ganador. Propongo que nos centremos en las condiciones necesarias para llegar entre los primeros y disfrutar, al mismo tiempo, del viaje.
Las organizaciones que crecen rápido normalmente se benefician de contextos complejos e inciertos como este que nos está tocando vivir. Son capaces de ver y aprovechar las oportunidades, y, sobre todo, cuentan con líderes extraordinarios capaces de “encantar” talento extraordinario para jugar partidas ambiciosas y ganarlas con y para sus clientes.
Estos líderes inclusivos, apasionados por sus equipos, que integran a las personas utilizando instrumentos y formas variadas de compromiso: contratos laborales o mercantiles, de larga duración, intermitentes o por proyecto, individualmente o por equipos, que están cerca o a distancia, locales o extranjeros… Son capaces de extraer la mejor versión de cada uno al mismo tiempo que generan sentimiento de pertenencia, interdependencia y aprecio mutuo al servicio de una misión con sentido. Todo ello imprescindible para ganar la partida en un mundo donde los mercados, los clientes y el talento son cada vez más diversos y difíciles de satisfacer.
Y son esos equipos, liderados con empatía, animados por una misión compartida y un alto nivel de reto, los que generan culturas de inclusión, equidad, aprendizaje continuo, innovación y crecimiento. Son culturas donde abundan las mujeres en puestos de responsabilidad, donde distintas generaciones aprenden y trabajan codo con codo, donde la diversidad de pensamiento se valora a todos los niveles, donde cada uno conoce el valor de sentirse único.
Son culturas que anticipan los cambios que las evoluciones tecnológicas ofrecen para sus negocios y se preparan a conciencia para que, entrando en el tren, todos disfruten del viaje. Culturas en las que todos piensan y todos construyen. Organizaciones planas y capaces de generar responsabilidad, auténticas plataformas de empleabilidad, donde los desarrollos digitales son palancas del desarrollo individual antes de convertirse en palancas de desarrollo del negocio. Organizaciones donde la flexibilidad y la simplicidad en las relaciones son la garantía de surfear con éxito la complejidad. Equipos que aportan mucho más que la suma de las contribuciones de cada uno porque practican la inteligencia colectiva.
A esas empresas no les ha sorprendido el teletrabajo forzado, ni las exigencias del canal digital. Lo practicaban ya y estaban preparadas: tenían las infraestructuras, los procesos, las competencias, y las reglas del juego, que todos conocían. Ellas han sabido cuidar de su talento, con imaginación y ambición. Plantaron generosidad y confianza, ahora recogen compromiso.
De estas organizaciones, podemos esperar una gran diversidad cultural, utilizada sabiamente, para entender mejor el mundo presente y futuro de sus clientes, para manejar con maestría operaciones en cualquier región o país, para colaborar con los mejores jugadores locales en todos los mercados o para optimizar el valor de cualquier adquisición. Y por eso crecen, sin pausa.
De estas culturas, podemos esperar una mayor integración en sus ecosistemas y una contribución positiva a la transformación sostenible de sus sistemas de producción, comercialización y distribución.
Estas son las organizaciones que ganan la partida y marcan el norte para las demás.